martes, 31 de marzo de 2020

Día 9: Historias cotidianas


Para Pao, con todo mi cariño...

Hay historias que te rompen el corazón.
El año pasado, una de mis compañeras, hablando con uno de sus alumnos de segundo grado  sobre la causa por la que no venía seguido a la escuela, descubrió que el nene estaba durmiendo en el piso porque no tenía otra forma.
 Venía sucio, con hambre; su papá estaba  desempleado, la mamá, los había abandonado por violencia familiar, cuando el chiquito era un bebé.  ,
La maestra hizo una movida grande, juntó cosas que tenía en su casa, organizó para que donaran alimentos. Consiguió bastante, lo puso en una caja y en  bolsas y, como el nene tomaba la combi comunitaria, decidió llevar todo ella misma, en su auto.

La combi comunitaria es un invento del  Estado,  apareció en 2019. Es un intento para que los chicos 
que faltan asiduamente, concurran a la escuela. Tiene un recorrido básico y los chicos van subiendo o bajando, según la hora, en el lugar donde les queda más cerca de sus hogares. Digamos que esa es la combi oficial, también está la paralela, la común, que conocemos todos (que hay que pagar tanto por mes). 
La primera es gratis, obvio. Lo gracioso o ilógico o… es que ambas son una, donde los chicos de los dos  grupos se juntan, se pegotean, se mezclan,  como fideos pasados…


Salió el padre, balbuceó un gracias. Ella se fue con su gran corazón un poco más tranquilo.
Al día siguiente, el nene no fue a la escuela, tampoco al otro, ni al otro…
Mi compañera, llamó al teléfono de contacto. La línea estaba fuera de servicio, como generalmente ocurre con los números celulares de muchos de los chicos.
Entonces, se comunicó con la tía (que también tiene o tuvo alguna vez,  niños en la escuela). Ella atendió enseguida.
Le contó que el nene estaba vagueando con el papá,
que si ella pudiera, se lo llevaría a vivir a su casa.
Que un rato después de que le llevara la mercadería, el papá  había agarrado todo,  llevado a un lugar  y cambiado por droga. 
Que por favor, no le llevara más cosas al hombre porque era un tipo que no iba a cambiar más.

Mi compañera cortó mientras lloraba con toda el alma.

A veces, uno quiere hacer un bien y termina agregando leña al fuego, convirtiendo una fogatita en un incendio descomunal.
La solidaridad está devaluada, vale menos que un billete fuera de  circulación. No por el hecho en sí, de que sigue siendo una cuestión invalorable, sino porque el  dar  se ha convertido en una obligación en algunos grupos sociales, y el recibir, ni siquiera se retribuye con el sentido de la decencia (no quiero generalizar, pero pasa… y mucho).

Hoy, me levanté pensando en ellos.
¿Qué será de su vida, en este momento donde estamos todos encerrados en un  sálvese  quien pueda?
¿Cómo estarán viviendo?
¿Tendrán algo para comer?
¿Se quedaran dentro de su casa?

Hace unos diez días, la escuela hizo la última entrega de alimentos para las familias del barrio. 
Esta semana, van a convocarlos para repartir algo más (una bolsita de mercadería que sirve para unos días pero, mejor que nada, es).
Me pregunto si ese hombre será capaz de cambiar esa bolsa por drogas, como las bolitas o las figuritas que intercambian los chicos en el recreo.

Cuando era adolescente, una vez leí una frase que me marcó.
Recuerdo que la tenía pegada en la parte de afuera de una de las carpetas de la escuela secundaria:
Amar es dar sin recordar y recibir sin olvidar.

Brindemos por el dar con amor,  y olvidemos los, pequeños grandes detalles, que hacen que las bases sobre las que se asienta, demasiadas veces  se deshaga,  como castillos de arena alcanzados por una ola en la orilla del mar...


Clara Silvina Alazraki

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