martes, 5 de diciembre de 2023

Navidad es...

 Diciembre, el último mes del año.

Estamos todos cansados, con ganas de cerrar etapas y descansar de un ciclo lectivo intensamente agotador.

Mientras doy las últimas clases con mis alumnitos más pequeños, suceden cosas que llenan de sol mi corazón.

Por ejemplo, hoy estaba con el grupo de primer grado, después de una actividad que ellos eligieron (su preferida), nos quedamos charlando sobre diferentes temas que ellos iban proponiendo.

Obviamente, caimos en la Navidad.

 Casi todos estaban sentados en el piso, en una ronda, para poder verse y escuchar lo que cada compañero opinaba. 

Para ellos, Navidad es símbolo de Papá Noel, de los regalos que esperan e imaginan van a recibir.

Cada uno dijo lo que quería: mini motos, una Barbie embarazada, peluches de animales, jueguitos, Play Station, autitos, pelotas de futbol, muñecas...

Cuando el tema se fue diluyendo y apareció otro, se me acercó una nena, que no había opinado y estaba escribiendo sobre el pizarrón.

-seño, me dijo susurrando, yo voy a hacer una cartita y voy a poner que me traigan lo que puedan.

La abracé y se me cayeron lágrimas... 

Navidad es eso: las palabras, los gestos, la dulzura en los ojos de un niño y, fundamentalmente, poder detenerse a escucharlo...



jueves, 3 de agosto de 2023

Viajando por el espacio sin salir de casa

Soñar no cuesta nada.

Podemos soñar despiertos o con los ojos cerrados por la noche.
Podemos volar, olvidar los problemas, crear un universo diferente solo con quedarnos un momento en silencio y ausencia.

Soñar no cuesta nada.


Imaginar que la gravedad no existe, estar presentes en un lugar donde nos sentimos suaves hojas flotando en el aire, como esas flores que en los campos crecen como yuyos y si las soplás, desparraman sus semillas a los cuatro vientos.

Soñar no cuesta nada.

Subirnos a esa nave y viajar.
Viajar por dentro y por fuera.
Creando mundos.
Reencontrando a nuestro pequeño yo.
Allí.
En ese espacio que creiamos olvidado.


Clara Silvina Alazraki
(Producción para el curso "imágenes artisticas para el nivel Inicial", portal abc)

martes, 18 de julio de 2023

Y el premio es para... (algunas anécdotas con mis alumnos)

 La primera vez que entré en ESE 4to. grado, uno de los chicos se tiró al piso fingiendo convulsiones. Miré a los compañeros, al nene y no hice nada. Algo me decía que lo que pasaba no era verdadero. Al rato, se levantó y me miró riéndose.

Otro día, el mismo alumno, llegó bastante tarde. Me contó que en el camino a la escuela, cuando iban en la moto con su mamá, los habían atropellado. Él había recibido un golpe fuerte en la pierna y le dolía. Mucho. Le dije que no se preocupara, que cuando trabajáramos en el SUM, se quedara tranquilo, sentado. Noté que rengueaba. Durante el primer recreo, lo observé sin que él lo notara. Un milagro se produjo: corría y caminaba en completa normalidad (obviamente, cuando se dió cuenta de que lo estaba mirando, volvió la renguera).

En el mismo grado, una de las nenas, muy distraída, nunca terminaba de copiar las consignas del pizarrón, menos, de hacer las actividades propuestas. Cuando borré todo, se puso a llorar, con mucha angustia. Me contó que su "padre", si no llevaba todo completo, la "castigaba" y eran terribles todas las "penitencias que le imponían" (a mí me sonó raro, como ficticio...). Meses más tarde le pregunté sobre esto y ella no tenía ni idea de lo que le estaba diciendo (entre medio, ya la había pescado con otras historias sacadas de un culebrón de la tarde).



Entre todos, resolvemos un crucigrama en el pizarrón (y cada uno, en una fotocopia). Las palabras están relacionadas con las actividades de las últimas clases. De pronto J. se pone a llorar. Le pregunto qué le pasa, si alguien lo molestó o le pegó. Me contesta con palabras ininteligibles. Suena el timbre y , prácticamente todos, se van al recreo. Me quedo intentando calmarlo y comprender qué le pasa. Lentamente se va calmando. Me dice que se le perdió la tapa de la voligoma. La buscamos en el piso, en la mochila, en la cartuchera, abajo del banco. Cuando se da cuenta de que está perdiendo el recreo por buscar la tapita, agarra el frasco, lo da vuelta y me dice:

-Mejor la tiro a la basura porque ya no le queda nada. Y se va al patio...

2do. Grado

Debajo de la mesa donde apoyo el equipo de música y la compu, se esconde una nena. Luego otra y otra. Las reto pero tambien les pregunto por qué se meten allí. Una me dice que K. está llorando. K es una nena buenísima, la más pequeña de varios hermanos, todos exalumnos. Está muy angustiada. La abrazo y le pregunto qué le está pasando. Ella, totalmente compungida, me responde:

-Es que estoy llorando por que se me murió mi tío preferido. El que nunca jamás conocí...




Estamos en la fila, B. me dice que quiere ir al baño. Le digo que vaya, que después que entremos al salón no va a poder ir hasta el próximo recreo. Cinco minutos de comenzar la clase, me vuelve a pedir ir al baño.

-Te duele la panza? Le pregunto.

-No.

--Querés hacer pis o caca con urgencia?

-No.

-Entonces, para qué querés ir al baño?

-Es que extraño las canillas...





Una tarde, en 1ero., tuve que cerrar la puerta porque una de las nenas quería salir constantemente del salón (y cuando se iba, se escapaba y era muy difícil hacerla volver). Entonces, se trepó a la reja y empezó a gritar. Todos le pedíamos que bajara. 5 minutos despues, sonó el timbre del recreo. Salieron todos, menos la nena, que en ese momento gritaba que NO quería salir del salón... 🤦


Las dos últimas anécdotas, las transformé en cuentos pero no por eso son menos reales. Los nombres son ficticios, obviamente, las situaciones, no.


3er. Grado

-¡seño, seño!!!! ¡Alma y Kiara entraron en el salón y están revisando tus cosas!

-¿la compu?

-no, seño. ¡Las cosas que tenés colgadas al lado de la puerta! 

(allí había dejado mi campera y la mochila)

Instintivamente, me todo los bolsillos, en uno, el celular, en el otro, la billetera. En el salón no había quedado nada de valor, igualmente voy y reviso.

Busco a las nenas en el patio de recreos pero no las puedo ubicar. Recién, al finalizar el otro recreo, veo a una , corriendo, y la llamo.

-Alma, es cierto que fuiste al salón dónde trabajamos con los nenes de primero y segundo?

-No. Yo no fui ahí.

-Mmm, pero a mí me contaron que las vieron.

-Ah, si. Pero era Kiara. Yo no.

-Alma, no está bien decir mentiritas

La nena mira para abajo y se ríe.

-¿Y es verdad que revisaste mis cosas?. Alma, mirame a los ojos. ¿Es verdad?

-Fue Kiara. Dice bajito

-¿Está bien o mal abrir mochilas o revisar bolsillos de ropa que no son tuyas?

-Mal... (muy muy bajito).

-¿Vos hacés eso en tu casa? ¿Te gustaría que alguuen mire o te saque cosas que son tuyas?

-No.

-¿Sabés que si uno le saca algo a otro sin su permiso, eso es robar?

-Si.

-¿Y tu mamá no te enseñó eso?

-Mmm, no se.

-Pero vos si sabés. En la escuela siempre les hablamos de eso, ¿o no?

-Si, seño.

-¿Y qué tengo que hacer? Digo, ¿Tengo que ir a la comisaría del barrio, a hacer la denuncia? ¿Qué tengo que hacer?

-Ah, seño. Pero de ahí salen todos los chorros así, dice la nena y se va.

8 años

Y yo, con 54, me quedé sin argumentos...




Y dejo el más dulce para el final



Turno tarde. Primer recreo.

Estoy sentada sobre el alero de la ventana del aula, mirando jugar a los chicos.

Son pocos porque hubo un paro de transportes de corta y media distancia y, aunque se levantó al mediodia, pocos concurrieron a la escuela.

Se acerca un nene, posiblemente de 5to o 6to grado. No lo conozco, tal vez es nuevo o no lo reconozco porque lo conocí con tapabocas y no lo ubico..

Le pregunto cómo llegó a la escuela.

-En bici, me cuenta

-Ah, yo tambien! La mía está en el bicicletero que está en el otro patio

Me muestra un llavero

-Acá tengo la llave del candado, la de mi casa y la de la moto (esta última es lo menos parecida a una llave de arranque de una moto)

-Mirá!, le digo. Tambien la dejo con candado. No por ustedes, que son unos ángeles. En la otra escuela donde trabajo, los chicos te sacan las bicis y se ponen a dar vueltas por el patio y los pasillos...

-Mi bici es blanca. Vení, seño, que te la muestro.

Hay solo dos bicicletas. La mía y la del nene, que es chiquita y se nota que ha pasado de mano en mano.

-¡Está buenísima!!! Me encanta el asuento, con ese dibujo del himbre araña.

-Tiene un caño que parece roto pero... No se si decírtelo, seño...

Se queda un rato en silencio, pensativo, generando expectativa...

-Uhhhh. ¡Contame, dale!!!

-Bueno ¿Viste ese caño que sale de abajo del asiento? Es la propulsión robótica.

Por dentro, me muero de risa, pero me muerdo la lengua y lo miro seria, como si me estuvieran hablando sobre las leyes de Relatividad de Einstein.

-Cuando voy rápido y no quiero usar los pedales, la activo. Sale un chorro de un gas que la hace acelerar a 500 km por hora y llego a mi casa en un minuto.

Mi mente para imágenes de los bicivoladores, de ET cuando vuela en la canasta de la bici por delante de la luna...

-WOW!!! Mi bicicleta no tiene nada parecido. Lo necesitaria, especialmente hoy, que cuando vine a la escuela había viento a favor y la vuelta a casa va a ser difícil.


-Si, seño. Tenés que conseguirte una, me dice y se va corriendo a su salón porque sonó el timbre y el recreo terminó.

Me quedo pensando dónde venderan ESO, porque faltó que me contara ese pequeño detalle. 😁


Clara Silvina Alazraki & co. 🙊



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miércoles, 3 de mayo de 2023

Vecinos

 Para Alicia, Tito, Zule y don Oscar, con amor...

Muchos años pasaron (aunque no taaantos), de aquel día en que, junto a mi marido, novio en ese momento, andabamos recorriendo el barrio en bici, buscando algún terreno que nos gustara y fuera el lugar donde construyéramos nuestro hogar.

Fue entonces cuando nos cruzamos con Alicia. Ella llevaba pan recién hecho debajo de unos repasadores que dejaban escapar ese olorcito tentador de la levadura caliente.

No eran épocas de desconfianza o resquemores por la inseguridad. 

Creo que fue casi instantáneo. Con su sencillez de pueblo y su simpleza de mujer que ha vivido mucho, ella nos "adoptó" de inmediato, también Tito, su marido, y Zulema y Oscar, nuestros vecinos de enfrente.

Recuerdo que cuando llenamos los cimientos, vinieron todos a ayudar. Uno cargaba un balde, otro daba un consejo, otro andaba con la pala al hombro y otro nos alentaba a seguir...


Con el paso del tiempo, nuestra amistad crecía, así como las anécdotas que compartíamos.

Como esa vez que pasó por Mardel una cola de tornado, el viento destrozó innumerables lugares y árboles. Don Oscar nos dijo que una de las ramas de la lamberciana que teníamos en el frente, podía caer sobre el techo de otra casa. En un abrir y cerrar de ojos, se trepó y la cortó a serrucho limpio. Por aquel tiempo tendría unos 70 pirulines.

Muy poco sabíamos de su pasado, digamos que fuimos hilvanando hechos a lo largo de los años.

En su juventud, él había trabajado en una fábrica, donde había tenido un puesto de gran responsabilidad, en algún pueblo relacionado con La Fotestal. Mas allá. de eso, era un hachador nato. Por aquellos lares, conoció a Zule, una señorita de familia importante. Tal vez uno de esos amores prohibidos por esos tiempos, la niña y el peón... No sé. Solo conocimos atisbos de esa historia, de la que quedaban huellas en la forma delicada de hablar y en los conocimientos de Zulema y en la sencillez y espontaneidad de don Oscar.

Pegada a su casa, tenían una quinta extraordinaria, donde se mecían con el viento, plantas de tomates, zapallos, maiz y otros, también unas flores naranjas y fragantes, sucedáneas del azafrán. Al lado, la canchita de bochas, donde se juntaban a jugar los "muchachos" de 60/70/80 años del barrio.

Recuerdo la risa de don Oscar. Cruzaba la calle y sonaba como una campanita aún en el fondo de nuestra casa. Era una carcajada transparente, ruidosa, de esas que escuchás y te contagian. Llena de vida.

Zule, en cambio, era mas recatada, tranquila.

En diciembre, nos reuníamos todos en casa , cada cual aportando algo para festejar y brindar por un nuevo año y otros vecinos que se iban sumando a la cuadra.

-ustedes nos juntaron, nos dijo Oscar en medio del entrechocar de vasos...

Don Oscar también era un apasionado de la pesca. Se embarcaba o pasaba horas en la escollera, con sus amigos, esperando pacientemente.

Con mi perro, íbamos a la playa con las carpetas del profesorado. Caminábamos de orilla a orilla, mientras repasaba definiciones, nombres, contextos... Cada tanto, escuchaba una carcajada. Después, la broma era que no se sabía si los pescadores cuidaban a "la Clarita" o "el Dan" (nuestro perro, bravisimo con los extraños, mezcla de ternura y fiel guardián con nosotros).

El barrio era como un pueblo. 

Nos conocíamos, nos cuidábamos...

Una siesta muy calurosa de verano, "el Dan", nos despertó a todos a ladrido limpio. El baldío que estaba junto a lo de Zulema y Oscar, se estaba incendiando. Las llamas avanzaban sobre su casa. Salimos todos con baldes, mangueras y tapos mojados para apagar la travesura de un niño que había comenzado todo, jugando con fósforos y cañitas voladoras. Flor de susto.

Además de las bochas, eran épicas las juntadas para jugar a las cartas. Largas rondas de canasta, escoba, chinchón...

Alicia hacía unos chasquiditos que, no se sabía si eran para distraer a los demás o celebrar las cartas que le habían tocado. Nos hacía reir. Mucho.

En la época que aún estábamos en obra, nunca faltaba algo calentito que nos levantara el ánimo cuando casi nos íbamos. En su casa, guardábamos muchos de los materiales de la construcción. A ella no le importaba el polvo o el desorden que ocasionaban.

-mejor que queden acá. Ese vecino, decía señalando para un lado, hizo media casa con lo que le robó al otro, y selalaba al otro lado.

Una fría noche, mientras estábamos en las palabras de despedida, escuchamos un fuerte golpe metálico en el patio. Salimos todos, para ver que había pasado y vimos a nuestro perro, muy orondo, comiendo a velocidad supersónica, el relleno de las empanadas que Alicia había dejado enfriando. Ella lo sacó a escobazos y pudo recuperar una parte. Nosotros, morados de vergüenza, no sabíamos como pedir disculpas y Tito, ah, Tito, entre muerto de risa y enojo, retaba a su mujer por haber tenido la idea, tan de pueblo, de dejar la carne templándose afuera.

Jamás me gustó el café, pero tomaba sin chistar los super tazones calentitos de cafe con leche que nos preparaba Alicia.


Mucho tiempo e historias pasaron.

Un día, volvíamos de estudiar o trabajar y nos encontramos con un cartel de "casa en venta" en lo de Zulema y Oscar. 

Así, de sopetón, de la noche a la mañana.

Ellos no habían estado muy bien por qué en los ultimos meses, sobre el terreno donde estaba la quinta y la cancha de bochas, habían levantado una prefabricada. En un principio, don Oscar había ofrecido solidaria y gratuitamente su ayuda para que fuera una construcción firme, de material, pero el nuevo vecino era duro, testarudo y no quería saber nada de ladrillos ni de trabajar en una obra. Solo quería dejar de alquilar y mudarse.

No quedó nada de las plantas de maíz, tomates, flores naranjas. 

No quedó nada de las carcajadas de don Oscar.

Allí comenzó su peregrinar.

Primero se fueron a la casa de uno de sus hijos, por el sur de Santa Fe. 

Después, volvieron a Mardel, hasta que les entraron a robar, le pegaron a don Oscar en un episodio confuso, donde él aseguró durante años que en esa situación horrible estuvo metido el hijo de unos amigos suyos...

Se fueron a Tandil, lo que constituyó una excusa perfecta para viajar allí cada año, de vacaciones y para visitarlos, obviamente. Nuestro pequeño jugaba con sus autitos o se cruzaba a la plaza, donde se levanta una vieja chimenea de ladrillos, mientras tanto, nosotros charlábamos durante horas sobre nuestras vivencias actuales o las que habían quedado enganchadas entre las calles de nuestro viejo barrio.

Otra mudanza: a una de las cabañas que alquilaba el hijo. Un lugar precioso, desde donde se abría el camino hacia los circuitos turísticos serranos.

Por temas de salud y otros, terminaron sus días en un geriátrico.

Una de las últimas veces que vimos a don Oscar, recuerdo que le habló tan bien a nuestro hijo que nos hizo emocionar hasta las lágrimas. Le dió consejos, como solo una persona que tomó lo mejor de la sabiduría de la vida puede hacer, mientras lloraba, también emocionado. Cuando se lo llevaron para que descansara, nos quedamos un rato charlando con Zule. Ella nos contó que sospechaba que eran sus ultimos momentos, que él estaba mal, con muchos dolores y posiblemente Alzheimer. Nos dijo, mientras la escuchabamos azorados,que si tuviera la fuerza, tomarian juntos cualquier pastilla que les cortase los lazos con la vida. Pero esas solo eran teorías navegando en su cabeza. Don Oscar partió y ella siguió varios años más, yendo y viniendo por diferentes geriátricos.


Más de 30 inviernos pasaron desde aquel primer encuentro con nuestros vecinos.

Tito fue el primero que se fue, después Oscar, hace unos días, Zule.

Solo queda Alicia.

El barrio cambió.

Pasó por una etapa donde creció, junto con los chicos que jugaron en sus calles, con sus bicis, pelotas y travesuras de niños.

Ahora ya es parte de una ciudad que se extiende y olvida sus raíces de pueblo grande, donde la inseguridad no era sinónimo de violencia sino parte del paisaje...


Clara Silvina Alazraki


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