martes, 26 de julio de 2016

Historias para compartir: ponièndole alas a la imaginaciòn

A veces pensamos en cómo serán las cosas cuando la vida nos haga su última reverencia y se vaya por ahí, silbando bajito.
Algunas personas imaginan partir hacia mundos o planos de existencia diferentes, otros, solo aguardan la nada misma, que se cierre y acabe con todo.
Sin embargo, más allá de las Creencias, uno percibe que el paso por este planeta viene acompañado por algo que nos guía (dejo a cada uno que ponga a esto, el nombre que quiera, acorde a su Fé, doctrina o simplemente, manera de ver el Mundo ).
Y es esa guía la que nos va dejando en el camino, como a Hansel y Gretel, miguitas de esperanza.

Un ángel triste


Había una vez un ángel que buscaba la forma de volver al cielo.

Muchos años atrás, lo habían mandado a la Tierra con la tarea de evitar las peleas en los recreos de la Escuelita Nº 22 de Mar del Plata. El tiempo había pasado y aquello había desaparecido paulatinamente. Los chicos ya no tiraban de las trenzas a sus compañeras, sino que se embobaban ante los juegos de una computadora que bombardeaba cinco países por minuto. Las chicas ya no volcaban tinta en los cuadernos de los compañeros, sino que soñaban despiertas con la novela de la tarde, donde la protagonista se casaba con el hermano del novio de su hija aunque realmente estaba enamorada del hijo del vecino de enfrente de su padre a través de la red Facebook…

Las cosas habían cambiado y el ángel se daba cuenta que para estas nuevas formas de ser, solo, no podía.

A veces pensaba que ni siquiera con cien de sus mejores amigos podría llegar a abrir los ojos y los corazones de los niños dormidos, pero enseguida lo olvidaba y planeaba estrategias para llenar de sueños esas cabecitas. Así, chocaba una y mil veces contra la indiferencia, el odio, la tristeza, el olvido, la evasión…

Y un buen día, se cansó.

Plegó sus alas que intentaban que un nene de cinco años dejara de ver violaciones y crímenes en el noticiero de la tarde y caminó, despacito hacia una ventana y voló hacia la playa.


La arena estaba dormida, mecida por el otoño, el mar escarchado lo recibió con su espuma blanca y salada. El ángel se sentó en una larga escollera de rocas y lloró.

Los peces se juntaron a sus pies y las gaviotas rodearon su cuerpo mientras las lágrimas caían al agua como piedrecitas rotas.

El ángel miró el horizonte. Sabía que no podía volver si no lo llamaban.

“Debo encontrar la forma” murmuró. Abrió sus alas y volvió a volar.

Se detuvo en una plaza. En un banco, una anciana daba de comer a las palomas mientras cantaba una extraña canción de cuna. El ángel se acercó contento. Por fin alguien desenchufado de la realidad virtual!
Pero su sonrisa se congeló al ver que las aves morían tras probar las miguitas. La mujer, entonces, las guardaba en una bolsa.

La canción decía:

“…coman palomitas, la dulce comida,

Morirán contentas, llena su pancita,

Y mis nietecitos, comerán palomitas…”

El ángel se alejó horrorizado. Voló y corrió.

El paisaje cambió, se tornó blanco y frio.

“Debo estar en un Polo” pensó mientras una foca le hacía señas con sus largos bigotes.

Un oxidado barco de pesca se acercaba a la costa. Cinco marineros bajaron con arpones e inmediatamente comenzaron a cazar en una colonia de lobos marinos que retozaban sobre el hielo. El àngel espiò la mente de uno de los hombres y vio cuentas:

Un lobo=cien pesos…

100 lobos= diez mil pesos…

El ángel levantó vuelo. Solo bajó cuando sus fuerzas casi lo abandonaban. El paisaje era verde y cálido.


“Debo estar en el Trópico” musitó.

Un ruido ensordecedor rompió la armonía. Tras unas casas precarias, un batallón de operarios talaba árboles, removía la tierra, desviaba el cauce de un rio.

Una montaña de cajas de madera muerta ostentaban el anuncio en rojo: “USINA TERMONUCLEAR”, las abrazaba gran cantidad de alambre de púas y otro cartel “PELIGRO, NO PASAR”.

El àngel volviò a remontar vuelo.

Una ciudad ahumada en gris le llamó la atención. Aterrizó en pleno centro bancario. Mujeres taconeando apuradas, hombres mirando a ninguna parte, con sus cabezas surcadas por noticias, cotizaciones. Todos hablando solos por sus teléfonos celulares. Un cieguito esperaba en una esquina que alguien se detuviera y lo ayudara a cruzar la calle pero la gente seguía demasiado ocupada en sus problemas para prestarle atención. El ángel se posó a su lado y detuvo un instante el tránsito con un guiño de ojos al semáforo. El ciego sintió una mano cálida que lo guiaba y caminó confiado.

“Gracias, buen ángel”, susurró.

Él se sorprendió. En tantos años sobre la Tierra, era una de las pocas personas que lo veían o sentían.

“¿Me reconocés?” le preguntó.

“Claro”, contestó el ciego. “Cuando uno no puede usar los ojos aprende a ver con el alma, con el corazón, con los sentimientos”

“¿Eso se aprende?” Volvió a preguntar el ángel.

“Se aprende y se enseña, todo es posible mediante el Amor” dijo el ciego.

“El mundo ya olvidó eso” suspiró el ángel.

“Yo soy parte del mundo y no lo he olvidado” afirmó el cieguito.

La gente, entretanto, pasaba, los pisaba, los empujaba.


El ciego comenzó a caminar por una calle angosta. El ángel lo seguía, con curiosidad lo bombardeaba con preguntas.

“Mi nombre es Alex” dijo entonces el hombre “te voy a llevar a un lugar donde hay paz”

“No hay paz en este mundo” aseguró el ángel mientras desviaba las ruedas de un auto dirigidas hacia una gata embarazada

“Parecés un ser humano”, rio Alex. “El tiempo y la vida te han terrestrizado”

“Tal vez soy un ángel deprimido por tantas cosas sin salida, sin soluciones”.

Alex se detuvo frente a una casa.

“Me trajiste a una iglesia” le dijo el ángel.

“Si… pero no. Ya vas a comprender. Si yo soy así es porque aquí encontré mi paz” subrayó Alex.

El ángel miró expectante. Una gran puerta se abría tras una pequeña escalinata de piedra. A sus lados, dos entradas chiquitas invitaban a pasar a los niños. El silencio y la soledad reinaban. Un crucifijo, con la imagen del Cristo pendía sobre el altar.

Alex caminó hacia allí.

“¿No es hermoso?” preguntó.

El ángel sonrió.

“Extraña manera de recordar al Señor. Él es tan hermoso y alegre… aquí siempre lo ven sufriendo, triste”

Alex pasó su mano por la cruz

“Cada uno lo ve con los ojos que quiere verlo. Para mí, siempre está feliz”

El ángel miró hacia el techo de la iglesia. Allí se amontonaban nubes de pedidos, llantos, lamentos.

“Adios”, simplemente saludó y volvió a volar sobre la ciudad.

Regresó a su vieja escuelita. Los chicos seguían con la mente dopada y envuelta por imágenes tétricas.

Entonces… hizo trampas.

Cambió el programa de la máquina de videojuegos. El tanque-cañón que debía lanzar una bomba sobre Oriente y luego avanzar sobre pilas de cadáveres, arrojó flores y caramelos. Los países enemigos se dieron las manos. Los chicos no comprendían ese nuevo juego, pero les gustó. Sus corazones comenzaron a abrirse y a ver…

Después se metió en la televisión. La protagonista de la novela se sorprendió al ver llegar a su enamorado con un ramo de violetas y dos palabras colgando de sus labios: te amo.

“¡Esto no estaba en el libreto!” gritó a los camarógrafos y al Director.

“¿No es mas lindo?” contestaron ellos, mientras ponían la marcha nupcial y en esa historia, todos felices, comían perdices…

Las nenas no entendían nada. Dónde estaba la intriga, el odio, el suspenso, el crimen, los celos, el castigo. ¿Dónde? ¿Por qué tanta felicidad sin lágrimas?

Apagaron los aparatos y buscaron las viejas muñecas, las polvorientas tacitas de té, los carros y los aros. Y jugaron a ser mamás, papás de mentiritas. Y volvieron a soñar en colores.

El ángel rio satisfecho. Por fin había logrado cambiar algo en tanto tiempo.

Un perrito flaco y vagabundo le lamiò los pies. El ángel acarició sus orejas peladas por la sarna.

“¿Sabés  bichito? Este es un planeta triste si lo miràs con tus ojos pero si convertís tu alma en tus verdaderos ojos, se transforma en un lugar más bello que mi propia casa”

El perrito ladró suavemente.


En el Cielo, el ángel Señor de todos los ángeles, sonrió.

Clara Silvina Alazraki

El relato en audio:

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