El día que maté a parte de mi familia…
Cuando era muy chica, empecé a aprender inglés con mi tía Gloria. Ella tenía algunos alumnos particulares y cuando iba a darles clases, a veces la acompañaba.
Después, fui algunos años a la Cultural Inglesa, bastión de la enseñanza del idioma anglosajón en Mar del Plata durante los 70 y 80.
Estaba en una vieja casona de piedra en la esquina de San Luis y Gascón, a pasitos de la Plaza Mitre.
Uno entraba y estaba la secretaría, a un costado, con Miss Lawrencena y Miss Gloria (tocaya de mi tía, que algún tiempo dio clases allí, pero tan diferentes como una rosa y una margarita).
Un pasillo estrecho y una escalerita llevaban a las habitaciones, devenidas en aulas.
En la planta baja, había una especie de salón comedor, bastante grande, con un proyector de video, súper 8 o quién sabe qué artilugio de ese tiempo, donde pudimos ver el casamiento de Lady Di, un inicio de Mundial de fútbol y alguna otra cosa que ya no recuerdo, como la cantidad de años que fui allí, pasando de nivel en nivel, hasta que dejé, por la época que andaba transitando el secundario y elegí cursar tres años de francés, en un berretín rebelde (aún no se si lo hice porque mi mama lo estudiaba o de sonsa, nomás, pues hubiera estado mejor con algo que ya conocía… en fin, adolescencia).
Supongo que tendría unos 12 o 13 años, cuando me cansé del inglés o de la rutina de ir dos o tres veces por semana al Instituto.
Me había hecho muy amiga de una compañerita de escuela y me encantaba ir a jugar a su casa.
Su realidad económica y familiar era muy diferente a la nuestra, aunque vivíamos cerquita, a pocas cuadras, en un barrio no tan lejano del centro.
Al papá le gustaba hacer quinta y en el jardín plantaba zapallos, tomates, habas…
Hoy, a la distancia, me pregunto si sería por gusto o necesidad.
Eran muchos hijos, no estoy muy segura, unos seis o siete de todas las edades, su situación económica no era muy estable.
Creo que era mecánico…
Para mí era como viajar a otro mundo.
Salir del 5to. Piso, del departamento donde vivíamos, para cruzar ese patio lleno de olores frescos, jugar en la pieza gigante que compartían todos los hermanos o tomar leche en unos tazones celestes enormes (confieso que era el único lugar donde tomaba mate cocido… y nunca más lo volví a hacer)
En algún momento, sin que nadie supiera, cambié las clases de inglés por visitas a mi amiga y su familia.
Salía con los libros y los útiles, pero mi destino se torcía a unos pasos de la puerta del edificio donde vivíamos.
Debo haber faltado bastante, porque un día, sonó el teléfono y… ¡Sorpresa!
Era Miss Lawrencena, o tal vez Miss Gloria, que preguntaba muy educadamente que me estaba pasando por tantas faltas a clases. Imagínense la coincidencia, justo atendí yo…
Mi imaginación, que por aquella época era bastante prolífica, inventó una historia, un viaje a la casa de mis abuelos, el fallecimiento de mi tocaya, la mamá de mi papá.
La mujer, del otro lado del tubo, se quedó callada y pidió disculpas mientras se lamentaba y daba el pésame.
Seguí yendo muy campante a la casa de mi amiga.
A las dos o tres semanas, volvió a sonar el teléfono.
Ahí ya ni me acuerdo a quien maté como excusa por las ausencias.
A mi nona o a mi tía Gloria, seguramente no, porque eran mis grandes amores de niña.
Puede ser que a mi abuelo paterno o a algún tío lejano.
Ni idea.
El problema surgió cuando no estuve en casa para contestar la siguiente llamada.
Atendió mi mamá o tal vez mi papá y ahí se enteraron, por boca de otro, de semejante tragedia familiar que estábamos viviendo.
Ni me acuerdo cual fue la penitencia, seguramente algo terrible para mis 10 o 12 años, pero cada vez que recuerdo la historia, se me cuelga una sonrisa que me parte la cara en dos…
Clara Silvina Alazraki
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