domingo, 5 de abril de 2020

Día 14: el final...

Nunca escribí tanto, tan seguido.
Durante estas dos semanas, siento que he estado inmersa en una maratón de historias (una carrera tan larga, agotadora, compitiendo con uno mismo y sin ninguna corona de laureles).
Buceé en las propias, inventé otras, leí algunas de las que mis compañeras iban construyendo a la par.
Hubo días en que costaba armar un relato.
Aunque nos ofrecían una seria de ideas (los tres tristes tigres, pensaba a veces), en ocasiones, las palabras no querían ordenarse voluntariamente y seguían dando vueltas por ningún lugar.
Otros, en cambio, llegaban en sueños, mientras lavaba los platos, podaba el jardín, preparaba las actividades virtuales para mis alumnos, cocinaba, miraba por la ventana a la calle, me colgaba del cielo  o hacía una interminable cola en la verdulería.
La realidad que nos está acechando en forma de virus, cobra espacio en cada una de esas historias.
En menor o mayor forma, pero siempre está presente (en forma de pasado, de hoy o de la posibilidad de lo que nos espera en el futuro).
Es imposible desprenderse de lo cotidiano como si fuese una campera, bufanda,  polera o un pantalón sucio que tiramos adentro del lavarropas.
Y  más en estas circunstancias.
Únicas,
Jamás vividas por ninguno de nosotros.
Si estuviera infectada y esto fuera lo último que voy a escribir, tal vez no estaría sonriendo, no estaría sentada frente a la computadora pasando este relato, ni sería positiva; ni me levantaría cada mañana con la esperanza de que todo esto fue una pesadilla, que desaparecerá y tendré que volver a la rutina cotidiana del trabajo, la casa, la familia, la bici en los amaneceres marplatenses yendo a la pileta o a la escuela, las huellas en la arena, la orilla del mar besando suavemente mis pies y las patitas de mi perro, el sol dorado naciendo por el horizonte, el paisaje verde de las Sierras… 
En definitiva, la libertad de ir adonde se me dé la gana.
Sin embargo, eso no es así.
Por un momento me pongo en la piel del otro, como si pudiera vestirme de otra persona (al revés de la serpiente que deja su muda, yo me pongo ese otro suave traje de piel).
Siento que el aire escapa de mi cuerpo y no puede volver, no puede entrar.
La cabeza me da vueltas, como la calesita de mi infancia, pero ahora no hay sortija, ni alborozo por una vuelta más.
Siento un martillo gigante que me pega con todas sus fuerzas justo sobre la coronilla.
Quiero respirar, quiero hablar,  pero solo sale tos, que no para y me ahoga.
El calor es tan fuerte como en un día de verano porteño en pleno microcentro pero no viene desde afuera, sino que sale de mis entrañas y me quema, me derrite…
Me pregunto si tomaría mi cuaderno de garabatear, mi lapicera verde, esa que escribe suavemente, como a mí me gusta, y me pondría a trazar una historia.
¿Lo haría?
¿Qué pondría si fuera lo último que pudiera escribir?
No sé.
No tengo respuestas a todo, ni siquiera puedo imaginarme en esa situación.
Solo estoy segura de que estas, son las últimas primeras líneas de muchas otras, que aún no he terminado de soñar.

Clara Silvina Alazraki



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2 comentarios:

Ariel dijo...

I really felt the story

Clarasil dijo...

¡Thank you very much!!!