El segundo día, nos proponen estos temas:
Un pedido de disculpasUna visita a un primo lejano
Todo lo que sé sobre algún tema
Elijo una historia propia, vivida en la escuela el último día antes de la suspención de clases por la cuarentena.
Hay malestar general por el calor, la falta de agua (desde que comenzaron las clases, hay problemas en el tanque por la presión, que no llega a llenarlo, quedando desde la mitad del día, sin una gota para limpiar o para tomar), también por lo relacionado con este maldito virus que nos está encerrando cada momento más, como a ganado en la Rural.
Además, florecen los problemas de convivencia entre los niños (capullos llenos de espinas que
parecen amplificadores de lo negativo) y pelean, insultan, gritan, por cualquier cosa.
Desde la otra punta del patio, veo que la profe nueva de Educación Física está en una esquina, agachada al lado de un nene.
Me acerco para ver qué pasa…
Es Marce, de tercer grado. Uno de mis alumnos preferidos mientras cursó primero y segundo. Viene de una familia muy pobre, con muchos hermanos, muchísimos. La más grande, cuida al resto, los papás cirujean con los chicos.
Cada tanto, me cruzo en el barrio con su carrito. A veces, está Marce, que hace como que no me ve, mientras se zambulle dentro de un contenedor de basura. A veces escucho sus gritos, “seño Clarita, seño Claritaaa” y sus manos se sacuden saludando como pájaros heridos.
Está llorando, sentado al lado de una pila de cerámicos. Los quiebra, cada vez en trozos más chiquitos y hace una montaña con los fragmentos. Cada tanto acerca un pedacito cerca de la cara, del brazo, delgado y moreno, con surcos de tierra que nacen en el cuello y siguen hasta la punta de sus deditos.
Le hablamos, tratando de que deje de hacer eso. La verdad es que las dos tenemos miedo de que se lastime a propósito.
Le preguntamos mil veces por qué está así, pero las palabras rebotan contra el encierro de su enojo.
Vienen otros chicos, incluso su hermano más pequeño. Él sigue rompiendo los cerámicos blancos. No le importa nada de lo que ocurre a su alrededor.
Me voy al frente de la escuela, en búsqueda de la directora o alguien del equipo de orientación para que nos ayude.
Encuentro a la vice.
Cuando volvemos al patio, hay una pelea entre uno de primero y alguien más grande. Llueve sangre de la nariz del chiquito, hay alaridos, grupos que aplauden a uno, abuchean al otro.
Todo es caótico.
Me encanta enseñar pero en estas circunstancias, me pregunto qué estoy haciendo y hasta dónde voy a llegar sin quebrarme como esa pila de cerámicos…
Termina el recreo, volvemos a los salones.
En la salita de Arte, se siente el clima de tensión. Les propongo terminar el dìa con rincones de juegos.
Después de un rato, aparece Marce. Su carita se apoya sobre el vidrio de la puerta, mirando a sus compañeros, a mí. Entra despacito, sin hacer ruido. Toma un lápiz y una hoja, que están sobre una de las mesas y se pone a garabatear algo…
Me acerco y le pregunto si está bien, si quiere hablar sobre lo que pasó en el patio, pero solo me contesta el silencio.
Sigue dibujando. Intento mirar por encima de su hombro pero se acurruca sobre la hoja y no puedo llegar a ver lo que está haciendo.
Les pido que vayan guardando los materiales. Son más de las cuatro y media, de un jueves intenso. Creo que todos nos queremos volver a casa. Los chicos se van al grado a buscar las mochilas. Solamente queda Marce, que me mira con esos ojazos de chocolate.
-Seño, me dice muy bajito, seño Clarita, perdón.
Y me deja su dibujo, donde asoma un corazón multicolor torcido.
Clara Silvina Alazraki
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 4.0 Internacional.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario