Para mis amigas, las que conozco y las que aún no he descubierto.
Para las mujeres, que hoy festejan... festejamos nuestro día.
Para todo el que quiera leer y tenga ganas de sumergirse por un ratito en palabras hilvanadas con cariño, un regalo en este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer:
Entre fantasmas e ideas
A veces resulta difícil
escribir un cuento sobre un tema en particular y más, si una se propone ser
esquemática, plantearse un asunto y sexo
determinados. Por eso di vueltas y vueltas alrededor de esta idea, sin que nada
naciera en mi cabeza y muchas palabras fueran degolladas por la barrita
vertical de suprimir del teclado…
Así estaba, cuando, de algún lugar, salió Don Cristóbal
Colón, el mismísimo “descubridor”, que en persona, venía a explorar mis hojas
en blanco.
-Ese cuento es más
fácil de imaginar que un viaje en carabela hacia China. Lo único que necesitas
es… digamos una capitana pirata que asalta navíos, tiende emboscadas y se
apodera de todo el oro posible. Para el final, reservás un encantador príncipe
que la cautiva y, herida de amor, deja todo para convertirse en una honrada ama
de casa que después de unos años será una mujer gorda, arrugada y cargada de
hijos.
-Mmm . Pensaba que ese tipo de razonamientos no existían en
su época. Parece que me equivoqué- le dije, mientras me mordía el labio para no
reírme y, a la vez, hacerlo desvanecerse con un pestañeo.
-Todo cambia.
Considerá que si hubiese permanecido con mis viejas ideas, mi acento seseante y
todo ese vocabulario que hoy, ni en España se escucha, no hubiese tenido la
ocasión de evolucionar y, a estas horas, me encontraría terriblemente
espantado al volar sobre alguna calle y verlos, verlas. Pensá en mi época, esos
miriñaque armados, metros de tela que querían ocultar curvas que se revelaban
igualmente y hoy, señoritas semidesnudas caminando alegras en el shopping… Ah!
¡Cómo me gustan las minifaldas!!!
En ese momento, desapareció. Mejor, pensé, podré volver a
enfocarme en el tema.
Pero parece que no era mi día.
Mientras Las manos estaban bailando sobre el teclado, una
silueta se desprendió de la pared. La miré bien. No recordaba haberla visto.
Era casi irreal. Estaba envuelta en una claridad que se enturbiaría con una
descripción con simples palabras.
-¿Quién eres?
-Soy lo que llamarías
bruja…creo. Pertenezco al futuro. Leí tu cuento y vengo a actuar la parte que
me corresponde.
-Ah! Así que lo voy a terminar… a escribir, mejor dicho!
¿¿¿Una bruja???
-Sí. Según las formas
de pensamiento actuales, creo que sería la palabra justa que describe mi profesión.
No preparo caldos siniestros, ni vuelo en una escoba. Tampoco practico orgías.
Solo trato de alegrar los últimos minutos de vida de la gente (también me
llaman “hada de la muerte” en algunos lugares). Sé que en estos tiempos, el
final de la existencia terrena es muy temido por mucha gente. Cuando les toque
recorrer otros caminos que se superpongan con los ya transitados, tendrán
conocimiento de experiencias pasadas y reirán de esos miedos. La muerte solo
será algo necesario para crecer y conocer y el único, pero pequeño,
insignificante dolor, llegará cuando, al cambiar sus cuerpos, dejen el que
usaron durante tanto tiempo por otro nuevo, sin estrenar. En ese punto, entro
yo. Mi trabajo es casi médico: un parto de almas, donde lo más difícil sobreviene
en el cruce de ese puente, de lo viejo a lo nuevo. Debo tener mucho cuidado
porque el ser es tan etéreo que, a veces, puede diluirse en un suspiro. Si esto
ocurre, debo perseguirlo, atraparlo y acomodarlo en el sitio ya designado. Solo
aquellas almas puras que han recorrido todos los caminos posibles tienen el
derecho a liberarse de la fase de conocimiento en el plano físico. Cuando surge
alguno de estos, siento que cada una de las fibras que me componen, vibra al
son de una música celestial que inunda todo. El antónimo de este estado, es lo
que llamo un alma bebé. Tan frágil y pequeña como un recién nacido prematuro.
Volviendo a tu cuento, te dejo una pista: puedes hacer de mí, su protagonista.
Solo piensa en el hecho de que conquisto
a la muerte pero la soledad me conquista a mí.
Con estas palabras se esfumó en el aire dejándome con un desconcierto
peor del que poseía al principio (donde no tenía nada, pero tampoco estaba
confundida, solo con escasas ideas).
Otro fantasma, salido de la nada, se deslizó entre las
hojas.
-¡Esto es la medida que colma mi paciencia, - le grité;- si
es otra historia rara, busco el punto final y los acabo a todos de un plumazo!
-¡No!- chilló- ¡No me
mates, por favor, que aún soy joven en esta ¿vida? errante!
Una viejita se materializó a medias sobre uno de los sillones.
Sus dedos se movían como en un teclado
de piano sobre su falda, tal vez con miedo, por mi amenaza previa.
-¿Quién es usted?
-No importa quién soy,
ni que represento, solo que vine a ayudarte. Te voy a contar mi historia y si
la crees interesante, la podrás usar en tu cuento.
Nací en Italia, en una
aldea perdida de la que no importa el nombre. Cuando contaba con trece años,
mis padres decidieron emigrar para, tal vez así, cambiar su suerte, su mala
fortuna y huir de las guerras y miserias que los agobiaban. Partimos una
inolvidable mañana de abril, llevando prácticamente solo lo que teníamos puesto
y alguna chuchería que ocupaba un lugar ínfimo.
El viaje fue horrible.
Uno de mis hermanos menores, no lo pudo resistir y murió antes de llegar a
puerto firme. Lo acuna alguna ola, ya que ni siquiera podíamos quedarnos con su
cuerpo: todo lo que no servía era arrojado al mar, más lo que podría originar enfermedades
a los otros. Entre pestes y tormentas, cada vez éramos menos. El océano era un
inmenso colador del que se escurrían los más débiles.
Llegamos a Buenos
Aires en medio de una sudestada. Todo era hostil. Nada invitaba a quedarnos. Ni
siquiera la poca gente, que curiosa, desde los muelles, nos observaba a distancia,
tal vez temiendo contagiarse de nuestros padecimientos. En la Aduana, revisaron
documentos y nos dejaron marchar.
Ya nada nos ataba a
una tierra lejana. Tampoco a esta, que pisábamos casi sin sentirlo.
Luego, pasó lo
previsible: caímos en un inquilinato, del más pequeño al más grande, tuvimos
que trabajar para sobrevivir. Nos robaron. Nos pegó la miseria.
Siempre que
intentábamos levantarnos, había algo que nos hundía. El dinero que cobrábamos,
apenas alcanzaba para la comida de cada día. Estábamos desesperados.
Una noche, volvía de
la fábrica cuando me arrojaron un baldazo con agua. Quedé parada, en medio de
la vereda, chorreando agua , lágrimas y bronca. Dos muchachos se aproximaron
riendo.
-¡Qué sopita para mi
olla!
-¡Si hasta sal, trae!-
gritaron entre carcajadas.
-Mi ropa… co… como voy
a ir mañana a trabajar? – tartamudee entre sollozos.
-Bueno, nena, no es
para tanto, cambiás las pilchas y listo.- dijo uno, guiñándome un ojo.
-No tengo otra cosa y
si mañana falto, pierdo el empleo…
Ellos se miraron entre
si y uno, alargando una tarjeta dijo:
-No te hagás
problemas. No se acabó el mundo por un jueguito de carnaval. Cuando puedas
salir de tu casa, andá a esta dirección y listo. Dijeron mientras miraban a lo
lejos, buscando otra víctima para sus mojadas bromas.
Llegué a casa entre
las burlas de los vecinos y las risas de los chicos. Imagínate, estaba tan
empapada que cada vez que me detenía, se formaba un charquito.
De allí en adelante,
mi destino cambió. Gracias a un chapuzón inesperado, conseguí un empleo mejor
pago que el anterior. Los muchachos pertenecían a una de las familias porteñas
más adineradas. El padre era poderoso y manejaba los hilos de la política a su
favor. También conseguí novio, uno de sus hijos comenzó a cortejarme.
Mi familia, salió
adelante, después de tantas amarguras. Mis hermanitos comenzaron a estudiar,
también yo. Más adelante me casé.
Todo parecía una
novela.
Mi esposo murió al
poco tiempo, embestido por un coche.
Sola, sin descendencia
y con mi familia política queriendo sacarme lo que me
correspondía, me mudé al
interior, a una vieja finca mendocina que me había legado mi matrimonio. Al
tiempo, dos de mis hermanos vinieron a vivir conmigo. Teníamos buenos campos y
comenzamos a sembrar vides. Fue un trabajo duro, arduo, que con el tiempo, comenzó
a dar sus frutos. Nos convertimos en terratenientes, ya que en lugar de
acumular fortuna, invertíamos casi todo en comprar otros terrenos.
El sol, las tareas y
las tristezas acumuladas amasaron mi cuerpo y me convertí en vieja a los treinta
y cinco años. No puedo decir que todo eso fue en vano, aunque no tuve hijos
para heredar esos dominios, mis hermanos y sus familias lo hicieron, ellos se
ganaron con trabajo constante y honradez hasta la última partícula de polvo.
Para mí, fue un desafío. La conquista, el amor a esa nueva tierra, conquistó mi
vida finalmente.
La figura de la viejita fue deshaciéndose, hasta no quedar
ni una sombra.
Me quedé pensando. En ella y tantas que dieron todo de si
por un futuro incierto.
Tan ensimismada estaba que prácticamente no oí a mi marido,
que había entrado silenciosamente y me observaba desde un rincón de la
habitación.
-¿Escribiendo?
-Ojalá. No encuentro ninguna idea tangible. Solo vienen y
van fantasmas que no se concretan en nada real.
-¿Qué tema es?
Se lo dije.
-Bueno. Creo que eso es fácil. ¿Qué tal si contás tu propia
historia?
Sonreímos, evocando viejos recuerdos. Suspendí la compu,
apagué la luz y nos fuimos a sentar al jardín, sobre el pastito tierno en medio
de la oscuridad.
Un cuento puede esperar. Son incontables los temas que nos
envuelven a nosotras, las mujeres.
Mujeres que aprendemos, trabajamos, amamos, soñamos, vivimos
formando parte de este mundo, nuestra pequeña gran Tierra, otra mujer
vapuleada por los tiempos, las crónicas y las desmemorias .
¿Cuántas estarán pensando en pasados y futuros?
¿Cuántas imaginaran historias fantásticas entorno a ellas,
ya sean reales o no?
Creo que ya tengo mi historia…
Desde un rincón del cielo, una estrella fugaz, barre la
oscuridad de la noche.
Clara Silvina Alazraki
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