En Argentina, el 23 de enero festejamos el Día Nacional del Músico.
No todos ellos son famosos, sus nombres no brillan en marquesinas ni se leen en letras grandes de revistas o diarios. Sin embargo, saben despertar acordes que bailan en los oídos de quienes los escuchamos y agregan esa pizca de sal que da sabor a una buena mesa.
Para Fer y todos ellos, este nuevo relato.
¡Qué lo disfruten!
No todo es lo que parece
Todo comenzó
aquel viernes…
Llegamos a
casa muy cansados, sin ánimos de cenar, divertirnos o simplemente estar juntos.
Mou estaba bastante alterado (habíamos paseado por el centro de la ciudad y nos
impresionó que cada vez éramos menos). Como de costumbre, subió al altillo,
tomó su vieja y descolorida trompeta e intentó sacar algún sonido diferente. Me quedé un rato en la cocina. Abrí y cerré
las puertas de los aparadores, de la heladera, buscando no sé qué. Después, en la biblioteca, acaricié el lomo de algunos libros, consulté otros. Era un día rutinario. Era más lo que no pasaba que lo que pasaba. Fui al altillo y me senté a escuchar los infelices acordes que intentaba lograr mi esposo.Tal vez fue ese momento, tal vez fue después, lo cierto es que ambos escuchamos el
peculiar ruidito de la llave en la cerradura. Nos miramos perplejos: nadie tenía paso en esa casa más que nosotros. Cierto temor comenzó a crecer. Frescas noticias de desalojos y problemas de viviendas cruzaron por mis pensamientos, mezclándose entre recuerdos archivados de un tiempo en el que nos habíamos tenido que marchar de nuestro hogar por culpa de unos ocupantes que decían poseer el dominio sobre el mismo.
Mou tomó mi
mano, la suya temblaba. Lentamente tratamos de bajar a las habitaciones. No
hizo falta.
Una mano
blanca y venosa abrió pausadamente la puertita, una melena rubia y desgreñada
se asomó observando cada rincón del desván.
Habíamos
quedado petrificados contra una de las paredes. Mou se apretó contra mí,
podíamos palpar el silencio…
El muchacho,
entretanto, seguía intentando hallar alguna cosa. Vio la trompeta y, gateando
entre los muebles y las telarañas, se acercó a ella y la tomó entre sus pálidas
manos. Sonrió, sopló con suavidad el polvillo que guardaba el metal y comenzó a
tocar una melodía pegadiza. Otra persona apareció. Una mujer de rostro lánguido
y mirar profundo. Escuchó algunos minutos la canción. De pronto, miró fijamente
hacia el lugar donde estábamos. Lanzó un grito que interrumpió la música. Nos señaló
con un dedo acusador. ¡Nos había encontrado!
Se arrastró
a un palmo de nosotros y clavó sus ojos en Mou.
El miedo
empalideció a mi esposo aún más de lo que estaba y lo fijó al piso, a la pared,
como fusionándonos con las tablas que la cubrían. Pasó un tiempo, ella
continuaba con su vista inquebrantable. Mou se fue relajando, poco a poco y me
susurró quedamente:
-No es a mí
a quien mira.
En efecto,
sus pupilas bailaban leyendo algo que estaba detrás de nosotros. Extendió una
mano y acarició unas libretas antiguas y
sucias que se apilaban en una saliente de la madera.
-¿Qué encontraste?-
preguntó él.
-Los cuadernos
que gastábamos en primer y segundo grado- contestó ella con ternura.
Con esas
palabras, comprendimos que ellos habían sido los antiguos dueños de la casa.
Nos invadió el desaliento al darnos cuenta de que su regreso significaba que
seguramente volverían a vivir allí.
Mou me
empujó hacia la escalera. Bajamos con los siete sentidos invadidos de tristeza.
¡Otra vez mudarse! Dejar toda la felicidad que habíamos vivido allí para
marcharnos nuevamente.
Tomamos
nuestras escasas pertenencias y abandonamos el lugar. Mis ojos se habían llenado
de lágrimas, cada paso parecía pesar una tonelada. Mou estaba dolorido,
cabizbajo, pero aun así, intentó sonreír. Tomó aire, le robó algunas hojas al
viento y dándomelas, murmuró suavemente dulces palabras.
-No sufras
amor, sabíamos que algún día esto iba a ocurrir. No hay que lamentarse. Bien
sabemos que hombres y fantasmas no se llevan bien. Dejar todo fue lo mejor que
podíamos hacer.
-No creas
que me voy a resignar fácilmente. La trompeta… la biblioteca, era el sitio
ideal- le repliqué.
-Sí, lo era.
Pasado… No podemos permitir que estos hechos borren nuestra alegría.
Mou acarició
mi brazo y peinó con sus delgados dedos transparentes mi largo cabello azul.
Por una
callecita estrecha y gris nos fuimos volando y abandonamos definitivamente
aquella casa, ahora ocupada otra vez por seres humanos.
Clara Silvina Alazraki
El relato en audio:
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2 comentarios:
Oooooh, al final me dieron pena los fantasmas (algo cada vez más lógico, conociendo el género humano).
FELIZ DÍA, MÚSICOS.
Feliz dìa!
Lo bueno es que ellos siguen y siguen y siguen...
;)
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