Para Fer., con amor;
a quien le gusta este relato y el que aparecerá la próxima semana...
Zulma contempló por enésima vez la imagen. Odiaba el espejo
y todo lo que este le devolvía: arrugas, ojeras, algunas canas escapadas de la
peluquería. Lentamente, peinó su largo cabello y lo recogió hacia atrás.
Rebuscó entre los frascos, eligió uno y untó su cara de blanco.
Mientras sus manos, acostumbradas a la rutina de la belleza
artificial, se deslizaban, recordó aquellos tiempos en que el Tiempo solo
contaba en el tic tac interminable de los relojes.
¡Cuántos soles imperturbables habían bailado alrededor de
sus días! ¡Cuántas cosas perdidas y recuperadas en el camino!
¿Cuál había sido el resultado? Una cara amargada, surcada
por arrugas, con el rictus áspero de sus labios que no ascendían en una sonrisa sino en un vago sentimiento de
desprecio –aunque ella no lo quisiera-.
Hoy, sin embargo, cada surquito encontraba su historia.
Esas líneas en la
frente…contó tres. Paralelas. Derechitas. Tres horizontes hundidos sobre las
cejas espesas donde ya no se vislumbraba juventud, solo recuerdos y enojos.
Sentimientos que llegaban de años atrás, cuando aún vivía en
familia con su esposo, sus hijos, sus sueños.
Su preferida, Luz, la más pequeña, querida y rebelde. Se
había ido de sus manos cuando apenas llegó a envolverla la adolescencia. Poco a
poco, todos los lazos que parecían tan firmes, se rompieron, quebrándose
lastimosamente como hojas secas en otoño y el viento desvaneció la señal que
había dejado su perfume al pasar.
En realidad, había sido ella, esta Zulma que le teme a la
vejez, quien había borrado el rostro. Nadie lo sabía ni lo sabría jamás, por
supuesto. Todo estaba prolijamente guardado en su cabeza, inalcanzable para
cualquiera menos para sus tres arrugas, mudas testigos de un pasado difícil de
olvidar.
Luz tenía quince años cuando se fugó con el hijo de un amigo
del vecino de… Bah! Un buscavidas insignificante que seguramente pensó en su
dinero. En la herencia millonaria que algún día recibiría.
¡Ja! ¡Cómo los había chasqueado!
Cuando llamaron, meses después de todo aquel desvergonzado
episodio, ella ya había tejido una malla transparente alrededor de la familia,
donde chocaron ambos como mosquitas contra el vidrio.
¿Cómo había planeado, organizado, puesto en práctica
aquello?
Una buena ama de casa limpiando la suciedad.
Pareció que jamás había existido una hija más pequeña.
Sus hermanos, enviados a excelentísimos colegios europeos,
pasaron de la tranquilidad del hogar al vértigo de la fría competencia. Su
marido, en trámites de fusionar su compañía con otra, de las grandes, apenas entendió… apenas
comprendieron que esos cambios abismales los sumergían en la irrealidad y
olvidaban lo más importante, lo que latía bajo sus corazas de acero.
Luz volvió a llamar, desesperada. Estaba embarazada,
necesitaba ayuda. Mencionó una enfermedad… Mmmm, allí, Zulma había cortado el
teléfono y decidido la mudanza. Trasplantó su reino lejos, al sur, a esa casona
baja, rodeada por jardines, donde nunca más la volvería a molestar su hija.
Resultó.
Un año después, leyendo las noticias necrológicas y policiales
del diario, se enteró que su hija había sido madre, que una peste desconocida,
que por aquel entonces asolaba la región, se la había llevado entre miles de
víctimas, junto a su ex nieto y ex yerno. Sus preocupaciones habían finalizado.
Cortó cuidadosamente la hoja y alargó el diario a su esposo.
-Nada fuera de lo común-, le dijo.
Hoy, el maldito espejo le había recordado aquellos hechos.
-En el fondo de tu alma, tonta, no hubieses querido que esa
historia fuese una más alegre? Con un final cargado de sonrisas?- preguntò a su
imagen especular.
Y esta le respondió:
-Aquí, en la espalda del mundo, todo es al revés. El negro
es blanco y la izquierda es derecha. Yo sé lo que es la felicidad de la vejez y
la ternura de la vida, susurró “Zulma reflejo” mientras se esfumaba “Zulma
realidad” al salir hacia la puerta de calle.
-¿Será posible?- gritó- ¡hay cuatro sirvientes en esta casa
y nadie atiende cuando suena el timbre!!!¡Los voy a echar a todos!¡Ya van a
saber quién manda acá! – rezongó al mismo tiempo que abría la puerta.
Solo el viento, el frío y algunas hojas secas estaban
esperando.
Del otro lado del espejo, en cambio, Zulma fantasía abrió la
puerta y recibió con calidez unos bracitos que se extendían hacia ella.
-¡Hija! – Suspiró- traes la primavera a este lugar.
Madre, hija y nietito se fundieron en un abrazo, mientras
unas hojas secas se colaban en la luna del espejo, empujadas por el soplo de un
viento cálido que anunciaba el buen tiempo.
Continuará...
Clara Silvina Alazraki
El cuento en audio:
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