Las semillas
Dos días antes
de la inundación, Juan había terminado de sembrar la finca con semillas de
flores.
Tenía la
esperanza de recomenzar su vida laboral, luego de haber sido despedido de la
empresa donde tantos años había reparado motores y, que ahora, había quebrado.
La
agricultura no era su fuerte pero siempre había sido su anhelo. Por eso,
aprovechando el dinero de la indemnización, había invertido en semillas.
Mientras plantaba,
sonreía, pensando que siempre había sido un hombre que se movía en un mundo de automóviles,
camiones, tractores y su vida había girado en 180 grados
al elegir esta nueva forma de ganarse el sustento diario.
al elegir esta nueva forma de ganarse el sustento diario.
Su idea era
esperar la floración, trasladar los pequeños plantines y venderlos a los
proveedores de plazas, parques y jardines.
Cuando
finalizó, los terrenos se veían suaves, sin malezas, como si una sábana de
tierra se hubiera desplegado alrededor de su casita, que resaltaba en el
centro, por su blancura.
La lluvia comenzó.
Al principio era una bendición.
Las gotas besaban la tierra, despertando la vida oculta.
Al principio era una bendición.
Las gotas besaban la tierra, despertando la vida oculta.
Después de
horas, días, la gente comenzó a alarmarse.
Hacían predicciones, buscaban los pronósticos más favorables.
Todos temían por sus pequeñas plantaciones.
Hacían predicciones, buscaban los pronósticos más favorables.
Todos temían por sus pequeñas plantaciones.
Juan
observaba preocupado. Su tierra, poco a poco, iba convirtiéndose en una pileta
de lodo, con el agua turbia y movediza que succionaba todo lo que se posara
sobre ella.
Sesenta días,
tardó el sol en posarse sobre los rostros de los hombres que veían sus plantas pudriéndose, los animales pariendo y muriendo enfermos en
el agua, las reservas contaminadas, agotadas, los caminos deshechos por el paso
y el peso de los camiones que intentaban rescatar algo…
Los
sembradíos de Juan se perdieron y una profunda depresión comenzó a germinar
en su interior. Sus ramas, formadas por pensamientos negros, su raíz,
de profunda tristeza y desesperación, se extendía por cada uno de sus miembros,
por su ser, por su hacer, por su cotidianeidad.
Nada parecía
tener sentido en su vida.
Nada parecía
darle sentido a su vida.
Juan decidió
vender todo: tierra, casa, herramientas.
Fue
entonces, el preciso momento en que descubrió un costal semivacío con semillas,
que había quedado perdido entre unos trapos viejos.
Lo abrió y
sintió la forma, la textura, la levedad del peso de los pequeños puntos negros que
se deslizaban como arena entre sus dedos.
Juan, con
bronca e impotencia, tomó la bolsa y la arrojó por la ventana, desparramando su
contenido al hacerlo.
El viento lo dispersó.
El viento lo dispersó.
Pasaron unos
días.
Cientos de
plantitas comenzaron a crecer desordenadamente.
El agua, que impregnaba
la tierra, las ayudaba a despertar .
El sol las alimentaba.
Juan, en cambio, las ignoraba completamente.
Su frustración se había tornado en furia ciega.
Ya no tenía sueños, ya no quería nada, solo vender y marcharse de allí, lo más pronto posible aunque nadie había ido a ver su propiedad con intención de comprar.
El agua, que impregnaba
la tierra, las ayudaba a despertar .
El sol las alimentaba.
Juan, en cambio, las ignoraba completamente.
Su frustración se había tornado en furia ciega.
Ya no tenía sueños, ya no quería nada, solo vender y marcharse de allí, lo más pronto posible aunque nadie había ido a ver su propiedad con intención de comprar.
Siguió
pasando el tiempo y un día apareció la primera flor, luego otra y otra.
La mañana
que Juan abrió su puerta y se encontró con una alfombra de colores que se
desplegaba ante su casa, quedó mudo de asombro.
Las palabras sombrías que taladraban su mente hasta ese momento, sus mayores enemigas, se detuvieron.
El silencio interno y el externo se hicieron uno y el hombre cayó de rodillas, buscando la fragancia, el perfume sutil del milagro.
Las palabras sombrías que taladraban su mente hasta ese momento, sus mayores enemigas, se detuvieron.
El silencio interno y el externo se hicieron uno y el hombre cayó de rodillas, buscando la fragancia, el perfume sutil del milagro.
Con los ojos
llenos de lágrimas –ahora de alegría, de emoción-, acarició una planta
pequeñita, que aún no había florecido.
“Pensamientos”
–susurró- “esto es aquella bolsa de pensamientos que tiré por la ventana…”.
Ese fue el
momento en que volvió a sonreír.
El cuento en audio:
Música de fondo del audio:
Huella del boyerito
Fuente de imágenes:
Tierra arada
Campo inundado
Mata de flores
Pensamientos
Clara Silvina Alazraki
El cuento en audio:
Música de fondo del audio:
Huella del boyerito
Fuente de imágenes:
Tierra arada
Campo inundado
Mata de flores
Pensamientos
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Gracias por leer el relato en voz alta. El ambiente es muy distinto cuando los sesgos de uno al leer no están presentes gracias a tu voz.
ResponderBorrarun abrazo
Gracias a vos por leerlo... o mejor dicho, escucharlo.
ResponderBorrarJusto estaba mirando tu blog.
:D
Saludos desde Argentina