El reloj nos despierta y nos levantamos con prisa, salimos apurados para llegar a tiempo al trabajo, la escuela, cualquier destino que implique llegar... inclusive aquel que involucre vacaciones.
¿Serà que el hombre no puede estar quieto?
La carrera
En un punto de su carrera, detuvo
sus pasos y miró el camino. Una nueva bifurcación comenzaba ante sus ojos. ¿Otra
elección? ¿Qué significado tendría?
Tomó el camino de la derecha, ya
que naturalmente parecía más transitable. Era llano y no ofrecía grandes
impedimentos para llegar a la meta. El día, soleado y fresco al mismo tiempo,
ayudaba a no dormir su mente, aunque esta se llenaba con paisajes, cielos,
fragancias y sonidos agradables. Estaba exhausto, con la total certeza de ganar. Si o sí. La concentración ya no existía. Se sabía
puntero y eso le permitía ensoñarse en un pensamiento sin pensamientos. Y así marchaba,
casi sin saber que lo hacía.
A la división del camino llegó el
segundo corredor. Observó cautelosamente: hacia un lado un vergel,
una cálida bienvenida, hacia el otro, el comienzo de un ascenso abrupto, que se
interrumpía en una curva delgada que impedía vislumbrar más allá. Meditó un
instante, comparó los caminos y recordó las palabras que se habían pronunciado
en la largada: observación de los obstáculos fáciles, superación de pruebas
engañosas, repetición maliciosa de trucos elementales para desatar la esencia
de los jugadores. El segundo corredor estaba en aprietos. Su emoción tiraba
hacia la derecha y su razón gritaba por la izquierda (el terreno más
dificultoso). Decidió tomar este último y corrió hacia el rulo que trazaba el
camino. Al superarlo, encontró desiertos y aridez, pero a lo lejos, casi
invisible por la neblina y la distancia, como un grano de arena perdido en la
playa, se divisaba la meta.
El primer corredor, entretanto,
seguía su marcha fácil y sin obstáculos. El sol teñía su victoria de oro y
calor. ¡Qué fácil había resultado esa competencia! ¿Competencia? ¡Triunfo!,
sencillo y sin vueltas. Imaginaba las delicias, el gozo de cortar la cinta de
la llegada mientras, imperceptible al principio y aceleradamente luego, gruesas
nubes agrisadas cubrían el horizonte. Las puertas celestes se cerraron. La
tormenta comenzó a golpear la tierra. Enojo y furia asomaron, envolviendo su
cuerpo. Su marcha fue debilitándose y, en el clímax de la lluvia, buscó
refugio, olvidando que cada paso era imprescindible y de eso dependía el
futuro.
El segundo corredor, después de
sortear ríos, subir montañas y saltar pequeños desfiladeros, se
amparó en la
tormenta. Oleadas de viento y agua jugaban con su cuerpo, él los dejaba. Una
profunda caverna le ofreció la tentación del descanso, una plantación de
sandias invadió su cansada visión, mente, razón. Corrió hacia allí y cuando ya
casi tocaba el tibio reparo pensó en si no sería otra prueba. El entrenador
alguna vez le había dicho que un dulce podía ser un acelerador o un freno químico
en un organismo cansado. Un cambio brusco podía ser el tope para un resultado
largamente estudiado, deseado, soñado. Miró los pequeños placeres que se habían
presentado, suspiró, entornó sus ideas y siguió adelante. La lluvia se desató
sobre su cuerpo refrescando sus ansias de éxito. Mientras seguía, contemplaba cómo
cambiaban las formas del camino y que pequeñito parecía frente a la
majestuosidad de aquella tormenta, ataviada de rayos y truenos, rodeada por
grises algodones de misterio y furia, que parecían acabar más allá, a lo lejos,
donde ya se recortaban claramente los banderines de la llegada.
El primer corredor, pasado el
aguacero, continuó la carrera. Estaba enojado por el desorden de la lluvia y
saltaba los charcos del camino con desgano; su mente era una cadena de
confusiones y se había desdibujado el recuerdo de ganar sencillo y fácil. El desgano
lo atravesó totalmente. El sol volvió a brillar pero la situaciòn no cambió.
Estaba absolutamente carente de motivación. Todo era aburrido. A cada paso, se
cuestionaba el siguiente. Se detuvo, buscó algo diferente en el paisaje y, al
divisar a lo lejos un bodegón, se dirigió hacia allí.
El segundo corredor estaba asolo
unos kilómetros de la meta. Su corazón palpitaba alegría y sus
pensamientos
volaban entre miles de deseos que se podrían convertir en realidades al
conquistar su anhelo más preciado. Ya casi distinguía claramente las siluetas
de la gente, sus gritos clamorosos, cuando tropezó. Cayó rodando por la tierra
húmeda sembrada con diminutas piedritas. Al intentar levantarse, un dolor agudo
azotó su espalda. Sintió miles de puñales que se hundían en su carne y
despedazaban sus sentidos. Miro hacia adelante y lo que antes parecía cercano,
se alejó tanto como el horizonte. Cerró sus ojos y llorando de rabia, dolor,
impotencia, intento dar un paso más. El sufrimiento era insoportable pero reunió toda su fuerza de
voluntad y siguió.
El primer corredor zigzagueaba. Un
fino telón alcohólico se había cerrado sobre su mente y ya no discernía nada
con claridad. En el fondo de su alma, sabía que tenía que seguir y llegar a
algo, pero sus sentidos y coherencia lo habían abandonado. ¡Qué bueno sería una
siesta después de semejante borrachera!!!
El segundo corredor, temblando de
dolor, afiebrado, con un solo pensamiento sacudiendo su mente: la meta, ya casi
habìa llegado. Faltaban unos veinte pasos para romper la cinta y ser el
vencedor. La gente, en un silencio sorprendentemente respetuoso, lo contemplaba
sin comentarios ni gritos. Una envoltura roja, caliente, dejaba a cada paso
hilitos de sangre que se mezclaban con la tierra y marcaban cada paso, cada lugar…
El primer corredor, en un instante
de sobriedad, recordó la carrera. Buscó un punto en el horizonte, comenzó a
perseguirlo desenfrenadamente. Él era el mejor, él tenía que ganar,
tartamudeaba mentalmente mientras sus pasos se trababan.
Cinco largos metros y llegaría.
Todo aparecía como en una lenta escena de ficción. Dolor y placer eran uno con
su cuerpo. Por un momento pensó en que tal vez todo ese instante significaba
solamente eso: una corta proyección (pero tan verdadera que desnudaba los
sentimientos más ocultos, profundos, verdaderos).
Cuatro metros… y su cuerpo herido volcaría
sus emociones a la victoria total de llegar al final del camino (que también
era el principio de otro, más sutil, más etéreo)
Tres metros, y cada cara le
devolvía gestos de asombro, alegría. El Juez, afirmando algo. Los antiguos
corredores, celebrando invisiblemente, sin palabras pero con sonrisas de
admiración. Y allí, en el fondo de todo, aquel sin nombre, que siempre le había
intrigado y del que solo sabía era el gran Patrón Universal de las carreras.
El primer corredor sintió que había equivocado el camino. Se detuvo, miró a
los lados y retrocedió Un presentimiento golpeaba su mente: ¿había seguridad en
sus acciones o solo se dejaba llevar por recuerdos? ¿Había obrado correctamente
o…?
Solo dos metros quedaban y su sed
se apagaría. Ya no más cadenas que lo sujetaran al teatro de la vida.
Un metro… un paso. Su cuerpo cortó
la cinta en medio de un poderoso grito que explotó en sus labios: ¡¡¡¡LLEGUE!!!!!
Al contrario de lo que había pensado, su cuerpo no le pedía descanso, sino más.
Ahora podría gozar de todos los pequeños placeres olvidados por las directivas
rigurosas del entrenador.
Había llegado. Trece copas se
alzaron en su nombre y brindaron por la eterna búsqueda de las metas.
Fue entonces cuando recordó que no
había partido solo en aquella lejana salida.
¿Y mis compañeros? Preguntó con
curiosidad.
Y la respuesta fue tajante:
Corren en círculos, algún día, tal
vez, den la vuelta…
Clara Silvina Alazraki
Fuente de las imágenes que no son propias:
- de la lluvia: el blog verde
- gotas de lluvia: blog una fiore per una fiore
- hombre en un camino: anazame blogspot
- Zapatilla: sport adictos
- corredora: blog esposas biblicas
=> Si querés escuchar el cuento:
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Un relato para reflexionar, ¿cuáles son las decisiones que tomamos para llegar a nuestras metas? Razón o emoción; la voluntad, imprescindible para obtener aquello que nos proponemos.
ResponderBorrar¡Gracias por compartir tus historias, Clara!
Un abrazo
¡Muchas gracias a vos, Silvina!
BorrarMe emociona que te gusten los relatos, pensar que algunos estuvieron tanto tiempo guardados...
Esa es una de las cosas que aprendì de vos y las compis tuitigirls. Uno tiene que ser generoso y darle alas a sus producciones.
Bsss